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Cinco poemas del libro El Imperio del Polvo
Cinco poemas del libro El Imperio del Polvo, de Juan Norberto Lerma
“El Imperio del Polvo contiene un puñado de textos en los que recreo la ciudad en la que viví durante mis primeros años. Es posible que, como ejemplo urbanístico, la ciudad no valga nada y que se convirtiera en un enfado que produjo más problemas sociales que los que resolvió”.
“Lo que es seguro, es que la ciudad en la que viví y de la que hablo en mis textos son dos entidades distintas y hasta enemigas”.
Una es la ciudad real, la miserable, peligrosa, áspera, desértica, desolada, y repleta de podredumbre material y humana, y la otra es una recreación literaria, mágica, sufriente, paradisiaca, reconfortante y profundamente humana, la cual describe un hombre, si es que esto es posible, a través de los ojos de un niño, del niño que fue y que en algún lugar no muy distante se mantiene vivo”.
A continuación, te presentamos cinco poemas del libro El Imperio del Polvo:
Polvo he sido
El polvo es mío,
soy yo,
es lo que soy y no sabía.
Palpándolo me palpo,
teniéndolo en las manos me tengo de otro modo.
Ríspido, líquido,
corriendo entre mis dedos a espaldas de mi padre todo el día.
Terreno mágico que dibuja alfabetos,
lenguaje que me habla,
entra por la piel de los ojos
y revela su significado en un lugar que no es la carne.
Polvo he sido,
vivía en una caja dormida en un costado de mi madre.
Ahora he venido a este llano yerto y me reconozco.
Soy el terrón y la zanja, el polvo y el lodo,
soy el desierto, la piel cuarteada,
la suma de esta tierra que me se vuelve polvo.
***
Letras de polvo escribe la lengua del viento entre las calles,
mano de un dios que amasa puñados de barro y los modela.
El viento balbucea casuchas de rostro decaído,
ventanas de ojos rotos,
muros de madera que abren a la vista sus heridas.
El azar de su inconsciencia arrebuja terrones,
esboza niñas,
flores prietas de trenza con el labio adelantado.
A la geometría del trazo nada le es ajeno,
invoca el corazón emboscado en la piquera,
inflama vientres,
tira puñaladas,
salpica de sal preciosa la piel de las mujeres.
Todo el valle es mío, estaba en mí,
espejo dormido, por fin en ti me miro.
En algún lugar de mí se rompe el cordón umbilical,
papalote azul,
pájaro plástico, devuélveme a la tierra.
De la mano del viento voy,
cubierto de polvo describo lo que me habita y,
en las huellas que dejo de mí,
también me leo sobre la tierra.
***
Ceremonia de llegada, libertad te llamas
La tierra que me recibe es una alfombra de pelo fino,
su cuerpo sinuoso tiene cavidades y montañas.
Si caigo, me recibe igual que a un niño de porcelana.
Todo lo que miro es mío,
nombro personas, animales y cosas.
Bautizo la tierra que me circunda,
ceremonia de llegada, libertad te llamas.
Tierra blanca de día, mujer de salitre,
tu paisaje de harina curva mi boca, colma mis ojos.
El mazapán del suelo amortigua, y entiende,
el lenguaje que balbucean mis pasos que caminan.
***
El papalote relincha entre las nubes,
caballo del cielo, resiste el tirón de mi hilo.
Quiere ser libre, pero en su libertad se pierde.
Mi mano lacerada lo sostiene, el caballo se encrespa y gime.
Pasta en el viento, mordisquea la nube.
Vientos del este sacuden su cola,
polvos malvados me ciegan.
Potro de hule, no te rindes,
te alimento con kilómetros de hilo.
Ondea su crin y saluda la tierra.
Dime que miras desde la altura torres de castillos,
fosos y guerreros de tierra.
Niñas prietas de ojos empolvados
quieren saber las noticias que habitan en el cielo.
***
Mil clavos y una soga larga y amarilla
Un madero, dos maderos, tres maderos,
mil clavos y una soga larga y amarilla.
En un día feliz, mi padre hizo manar agua de la tierra,
otro, dio vida a un conejo de trapo colorado.
Señor del encantamiento,
conoce los ademanes adecuados para someter al viento
y mantener a los niños a raya.
En sus manos diestras aparecen herramientas
que alteran la geometría de la llanura.
Mi mano es un serrucho, su voz ronca debilita la madera.
De lejos, nuestra obra es la boca de una horca o una portería,
entrada o portal de mundos que aún no se me revelan.
En un tris, mi padre ha construido un columpio que levita sobre el llano,
y sus vaivenes marcan las horas en el cielo.
Decenas de niños polvosos hacen fila,
sus manos sudan, sus bocas se aceleran.
La tarde teñida de hechicera se aproxima,
un último ademán de mi padre les infunde vida a la soga y la madera.
Uno a uno, los niños vuelven otros de orillas desconocidas.
El mundo cabe en una burbuja y ya nada rechina.
En mi turno, trepo uno a uno los colores del arcoíris.
Abajo, los pies siguen de plomo,
arriba, mis manos recogen oro.
***
Aquí puedes leer completo el prólogo y los primeros poemas:
https://www.amazon.com.mx/dp/B01MR1XSXQ
***
Juan Norberto Lerma
México, Distrito Federal.
Es escritor y periodista. Ha colaborado en diversos medios de comunicación y en varias revistas culturales.
Ha publicado varios libros de cuentos en Amazon, entre los que se encuentran La Bestia entre los días, y Perro Amor.
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Secretos reales (Cuento)
Juan Norberto Lerma
Educado para mandar ejércitos y sobrellevar con dignidad sus emociones, en la primavera de 1247, Ralph Wright, heredero de una dinastía que había subyugado durante 325 años las tierras de la Península Fría, cumplió diecinueve años. Eagle Casttle era el lugar desde donde Ralph Wright ejercería su despotismo. Era un hogar luminoso, regado por ríos de espuma y en el que en las peores épocas florecían abejas por racimos. Cuando lograba escapar de la severa vigilancia de sus mentores, corría a refugiarse en la biblioteca y pasaba horas mirando láminas de demonios avasallados por los de su estirpe. Sin embargo, en las tardes lánguidas, su carácter inquisitivo y voluntarioso lo llevaba al galope por los bosques y montañas de su vasto territorio.
Al término de sus lecciones de astrología, el príncipe deambulaba por los salones lúgubres del castillo. Su memoria plagada de símbolos y constelaciones absorbía detalles intrascendentes de los muros y, con esos exiguos datos, fraguaba conspiraciones y escapes inverosímiles.
Una noche, más por curiosidad que por vicio, acechó una conversación de siervos detrás de una columna. Escuchó con claridad hablar de una habitación prohibida y de una leyenda oscura que amenazaba su sangre, su casa y su destino. Su ánimo aventurero y sus deseos de descifrar misterios le sugirieron no lanzarse contra la servidumbre, sino desentrañar el misterio.
Evitó a los historiadores de su linaje y se negó a cometer la infamia de entrevistar a sus lacayos, que a cambio de dinero serían capaces de inventar ascendencias anodinas que justificaran la nobleza de su sangre. En cambio, dio rienda suelta a su imaginación desenfrenada; por las noches conversaba con los astros y leía página tras página de El Libro de la Iluminación.
No ignoraba que todo castillo contiene pasillos secretos y habitaciones ingratas; haciendo cálculos y auscultaciones, limitó sus curiosidades a un punto preciso, situado entre el salón de recibimiento a majestades imperiales y el aposento de sus amadísimos padres. Lo estudió durante cuatro estaciones.
A punto de cumplir los veinte años, Ralph Wright detuvo sus indagaciones, y conversó con los reyes en una cámara en la cual un rayo de sol opacaba el oro de sus coronas y en la que unos pájaros diminutos, fabricados especialmente para ellos, entonaban melodías que hacían palidecer el conmovedor sonido del entrechocar de los diamantes que brotaba de una fuente en movimiento continuo, situada en un atrio de mármol rosado.
Nada se supo del coloquio ni nadie sabrá jamás lo que se dijo en esa cámara habitada por sangres nobles, descendientes directos de una divinidad temprana que reinó durante las primeras eras desde el centro de un volcán, actualmente venido a menos.
La noche siguiente, el príncipe leyó en el firmamento su futuro. Guiado por un mandato superior al de sus padres, destrozó varios muros y al final halló la habitación que desde hacía casi un año perturbaba su sueño. Se encaminó a la puerta amenazante. La abrió y quedó de frente a su pasado. Una bocanada de oscuridad le azotó los ojos como un bicho nocivo.
El sitio no era muy grande, si acaso era mayor que el púlpito de los sermones, pero contenía tanta iniquidad vuelta polvo y tesoros robados a otros monarcas, que para su sensibilidad el espectáculo resultaba vomitivo. Ralph Wright avanzó a tropezones, sus pies arrastraron huesos largos y cráneos de enemigos milenarios torturados. La fetidez le nubló la mente y la comprensión le hirió con un tajo cruel de luz el entendimiento.
No era descendiente de divinidad alguna, el reino que le heredarían sus padres y que sus antecesores les habían heredado a sus hijos no había sido construido con el valor legítimo de las batallas, ni en guerras que los hubieran cubierto de gloria. Más que un tesoro, lo que había dentro era un botín obtenido con traiciones y venenos.
Un par de semanas después, a instancias de los reyes, la habitación fue reconstruida y la puerta fue de nuevo clausurada. El príncipe jamás llegó al trono y sólo existe un vago registro de su nombre en las memorias del reino.
Un hermano tardío de Ralph Wright asumió el feudo quince años más tarde. La habitación que destruyó los sueños del príncipe, se abrió decenas de ocasiones durante el régimen de Ernest Wright, y las estrellas que guiaron a Ralph a la verdad que provocó su ruina, siguieron inconmovibles su curso sobre la Península Fría.
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