Las violencias están presentes en todos los ámbitos de la vida en sociedad y son producto de un sistema de estructuras jerárquicas que colocan en especial vulnerabilidad a las mujeres y a las personas en situación de pobreza. Ambos grupos han sido estudiados por académicos de la IBERO Puebla con el fin de entender los contextos de riesgo y actuar sobre ellos.
Desde enero de 2020, han existido diálogos exploratorios para recuperar voces de la Comunidad IBERO Puebla con miras a construir espacios para la convivencia sana. La recolección de testimonios contribuyó a establecer las bases para un nuevo sistema de justicia escolar, mismo que arrojó una serie de datos interpretados y sistematizados por Galilea Cariño Cepeda, responsable del Programa de Prevención de Violencias.
De acuerdo con múltiples encuestas y entrevistas, hasta 64% de las faltas denunciadas en el campus fueron sufridas por mujeres; la violencia de pareja fue la más recurrente. Las aulas se colocan como el principal escenario de agresiones, muchas veces en forma de conductas sexistas.
El 29 por ciento de las víctimas acudió a denunciar a la Procuraduría de Derechos Universitarios. Sin embargo, las valoraciones sobre las capacidades institucionales ilustraron carencias en la operatividad. Apuntó Cariño Cepeda: “Ahí pudimos identificar factores en la atención como el tiempo, la burocracia, los criterios de confidencialidad…”.
Dichos factores contribuyen a la impunidad, pero también a una mirada punitiva por parte de las víctimas. La criminóloga explicó que la insatisfacción de larga data hacia las instituciones ha llevado a demandar acciones como muerte académica e intervención de instancias estatales.
Como respuesta, la Universidad Jesuita ha desarrollado un enfoque global de sistemas para eliminar las violencias en tres bloques de prevención: la acción previa general, la incidencia en violencias recurrentes y el trabajo a largo plazo para la no repetición.
El estudio, expuesto por Galilea Cariño en foros de universidades jesuitas, ha permitido repensar las violencias como fenómenos que ocurren dentro de las dinámicas internas de la institución, pero que no son ajenas al exterior. Además, ha abierto el camino a explorar políticas y acciones relacionadas con reparación de daño, masculinidades y transversalidad de la perspectiva de género.
Un esfuerzo paralelo fue emprendido por la Dra. Claudia Alonso González, quien entrevistó a 58 alumnas de todos los departamentos académicos con el fin de encontrar focos rojos en materia de violencia sexual y psicológica. Las jóvenes relataron que sus capacidades, particularmente en ingenierías, son subestimadas. Además, existen estigmatizaciones específicas hacia quienes se adscriben como feministas.
La violencia psicológica entre pares se da en los proyectos en equipo, cuando a ellas se les asignan responsabilidades tradicionalmente vinculadas a la feminidad. Además, se recurre al apelativo “puta” para cualquier conducta que rompa con las normativas patriarcales. También se pone en entredicho la reputación de las jóvenes cuando, en un cortejo, el varón es rechazado, o bien, cuando hay un intercambio sexual y el hombre difunde detalles al respecto.
Fuera del campus universitario, las jóvenes identificaron el trayecto de regreso a casa tras una noche de fiesta en la que se consumió alcohol como un espacio de alta vulnerabilidad. “Estas agresiones vienen comúnmente de una persona cercana, alguien que se considera ‘el mejor amigo’”, advirtió Alonso González.