• 28 de Marzo del 2024
TGP

El demonio de la psicopatía social

Woman / geralt/Pixabay

Asistimos a una época en la que la compasión se percibe como muestra de debilidad o de un carácter pusilánime

 

 

Alberto Ibarrola Oyón

Escritor y colaborador de la Asociación Navarra para la Salud Psíquica  

Podría denominarse la psicopatía como una voluntad consciente de infligir daño a otras personas. En principio, no guarda relación con la enfermedad mental porque responde a una categoría moral que suele encubrir deseos de avaricia, lujuria y poder, mezclándose con la envidia.

Mientras la moral judeo-cristiana dominó la conciencia social, ha estado muy mal visto ese deseo dañino, aunque estuviese tan presente en las personas como en la actualidad, algo que se puede constatar en las frecuentes guerras que han asolado a la humanidad durante milenios.

Ahora que nuevos códigos morales proliferan entre amplios sectores de la población, asistimos a una nueva época en que la compasión, por ejemplo, no obtiene el beneplácito del resto, sino que se percibe como muestra de debilidad o de un carácter pusilánime. Por el contrario, la crueldad y el sadismo son emociones que se intentan normalizar, máxime que ya no avergüenza la tremenda cobardía de que un grupo ataque a un individuo solo.

De este modo, presenciamos en los medios de comunicación la difusión de hechos en que un grupo ha asesinado a un individuo por cualquier condición y sin una razón aparente, más allá de satisfacer esa crueldad y ese sadismo que mencionaba arriba y que no reciben la necesaria condena social que antes hubiera sido la norma.

Este fenómeno no es exclusivo de ningún país, sino que parece un signo de una modernidad marcada por una educación basada en la competitividad a ultranza, y carente de los valores encomiables que se han señalado como la moral natural, y que el cristianismo había llevado a la máxima expresión sumando los principios éticos de la abnegación y el sacrificio de padecer la cruz voluntariamente, en beneficio de los demás. 

Si bien es cierto que el avance científico de las nuevas tecnologías es realmente espectacular, todavía no hemos aprendido, por ejemplo, a limitar el acceso a la pornografía de todos nuestros adolescentes, algo realmente preocupante y que explica muchos comportamientos novedosos y perjudiciales en grado sumo.

Es cierto que violencia, crueldad y crímenes ha habido siempre, pero antes parecían responder a una ideología, compartida o no por la mayoría social, que, aunque de un modo totalmente subjetivo, buscaba un bien común. La crítica y la condena que el terrorismo de ETA o de Sendero Luminoso o de las FARC o de las Brigadas Rojas merecían, por ejemplo, se basaban en la falta de legitimidad democrática para imponer unas determinadas ideas o, naturalmente, en los medios ilegítimos y violentos que empleaban.

Sin embargo, hoy en día, mientras el crimen organizado no busca más que satisfacer la avaricia y la mundanidad de sus miembros, la violencia se está llegando a ejercer por sí misma, sin un solo objetivo racional, simplemente como descargo inmediato de la ira, la frustración o el aburrimiento.

Los seres humanos que ejercen esa violencia totalmente desprovista de significado están abocados a la cárcel y, tristemente, parecen ser conscientes de que sus vidas no tienen más valor que el de la supervivencia en un medio hostil y violento. En cualquier caso, esos individuos parece que confían en que con esa violencia criminal conseguirán socializarse con seres humanos que comparten ese modo de vida y que por medio del consumo de drogas y del sexo sin amor obtendrán ese bienestar y esa satisfacción que se necesita.

Piensan también que con el deporte y el aprendizaje de diferentes formas de lucha, mantendrán la salud y la fortaleza. ¡Menos mal que en países como España no está permitida la tenencia de armas!

Las autoridades tanto educativas, como políticas, como judiciales tendrían que tomar conciencia de que esta nueva forma de concebir la violencia y el sexo acarreará grandes males a la sociedad, si no es que ya los está acarreando.

Mientras tanto, el espectáculo que ofrecen los medios de comunicación con esas noticias escabrosas es lamentable y patético. Desde algunos sectores de la política, se intenta politizar unos crímenes que en realidad responden a una nueva forma de educar o, mejor dicho, a la falta de educación en valores. Si no se imparte el catecismo, por lo menos inculquen la moral natural y el respeto a la ley.