• 28 de Marzo del 2024
TGP

Racionalidad versus talento creativo

Oscar Wilde / Wikiimages/Pixabay

 

Existe toda una generación de escritores, que han surgido al cobijo de la cultura de los superventas, que escriben una literatura normalizada y racionalista

 

 Alberto Ibarrola Oyón
Filólogo y colaborador de la Asociación Navarra para la Salud Psíquica

Hasta hace pocas décadas, se pensaba y se decía que el escritor necesitaba la soledad para crear su obra literaria, pero en la actualidad este requisito se está abandonando por una idea inédita: la del escritor totalmente integrado en la sociedad y con una personalidad completamente normal que consigue conectar con el lector gracias a su extremada racionalidad y a su enorme facilidad para expresar sus ideas.

Observamos incluso que a algunos escritores les ofende personalmente que se identifique la creación literaria con la falta de salud mental. Hace algún tiempo leí en un periódico local a una poetisa utilizar como sinónimos los términos psicópata y enfermo mental, en un alarde de ignorancia supina que debería sonrojar a cualquiera que se precie de mínimamente culto.

El progresismo burgués ha evolucionado de tal modo que mientras Woody Allen hace pocas décadas llevaba a todos los personajes de sus películas al psicoanalista como algo completamente normal, en la actualidad ofende gravemente que se le pida a alguien que ha decidido amputarse los genitales que consulte antes a un psiquiatra para determinar de dónde le viene esa necesidad de corregir su naturaleza biológica.

Sin embargo, Quevedo, poeta conceptista del Siglo de Oro español, afirmaba ufano que el poeta es un loco.

Si repasamos la historia de la literatura, podemos observar que la lista de poetas y escritores que han padecido problemas de salud mental es interminable: Edgar Allan Poe, Charles Baudelaire, Virginia Woolf, Santa Teresa de Jesús, Mariano José de Larra, Leopoldo María Panero, Allen Ginsberg, Espido Freire, Lucía Etxeberria y un largo etcétera.

Que la excentricidad se manifiesta como una característica de todo artista que se precie parece una perogrullada, pero existe toda una generación de escritores, que han surgido al cobijo de la cultura de los superventas, que escriben una literatura normalizada y racionalista.

Estos no son verdaderos artistas, sino que con frecuencia son personas inteligentes y con estudios, totalmente integradas en la sociedad, muy capaces de concebir obras literarias de calidad, pero que carecen por completo de la vocación y del talento de los clásicos y de los genios, de literatos que no buscaban enriquecerse, sino que escribían a causa de una necesidad que surgía de muy adentro, aunque esa pulsión les condenase a la pobreza y a la soledad.

Las obras literarias de estos escritores racionalistas no expresan los ideales del alma de un poeta atormentado como lo pudo ser el genial Juan Ramón Jiménez, premio Nobel de Literatura (1956), que padecía problemas psíquicos de importancia y que volcaba toda esa peculiaridad en una poesía que anhelaba una belleza imperecedera, tanto en la expresión de la lengua castellana, como en la impresión que la Naturaleza causa en el alma del poeta, sin dejar a un lado los conceptos éticos plausibles (bondad, amor, compasión, etcétera).

La locura que padecía Juan Ramón Jiménez podría denominarse como cervantina, pero en este caso se trata de una persona real que alcanzó las cumbres de la creatividad gracias a su enorme talento y a esa mente peculiar, diferente, propia de un verdadero artista, de alguien que necesitaba encontrar un ideal de belleza que no podía aprehender en la cotidianeidad de las existencias normalizadas y racionales del academicismo o de las profesiones liberales.

Estos últimos, aunque realmente consiguen ser buenos escritores en muchos casos, no son artistas genuinos, sino personalidades de la cultura que oralmente se comunican muy bien, capaces de organizar muchas presentaciones de libros donde venden su producto cultural de forma eficiente (ese aborto de las presentaciones es lo más aberrante y obsceno que se han inventado las editoriales en los últimos tiempos), con muchas relaciones personales y contactos influyentes que les abren las puertas de los medios de comunicación de masas.

Y es que existe una condición sine qua non para llegar a ser un escritor de talento y esta es que se ha tenido que creer, por lo menos en la juventud, que la literatura y el arte son capaces de cambiar y de mejorar el mundo. Cuando alguien escribe literatura simplemente para ganar dinero, para ampliar su círculo de relaciones sociales o para divertirse, podrá tal vez llegar a ser un buen escritor, pero nunca será un genio.

Para ser un clásico o un gran escritor hay que amar la literatura y la lengua que se emplee y desear con todo el corazón y la mente que con la obra literaria propia se contribuya a expandir los valores éticos loables, amables y plausibles, en un intento encomiable de embellecer la ética con arte verdadero.

No se trataría de idolatrar la literatura, sino precisamente de convertirla en un cauce por el que volcar el amor a Dios y a la humanidad que nos impulsa a desear realizar grandes obras que contribuyan al bien común, que ayuden a los demás a ser mejores, que susciten reflexiones enriquecedoras en orden a conseguir mayor justicia y paz. La base del verdadero talento es el amor.