• 19 de Abril del 2024

Rostros del Maltrato en Nuestra Sociedad

Venus de Milo / vjgalaxy/Pixabay

 

Actualmente el problema en muchos países no es la “debilidad judicial”, por el contrario: es la “debilidad cultural”

 

 

Márcia Batista Ramos

“La autoridad”

 

“En épocas remotas, las mujeres se sentaban en la proa de la canoa y los hombres en la popa. Eran las mujeres quienes cazaban y pescaban. Ellas salían de las aldeas y volvían cuando podían o querían. Los hombres montaban las chozas, preparaban la comida, mantenían encendidas las fogatas contra el frío, cuidaban a los hijos y curtían las pieles de abrigo”.

 

“Así era la vida entre los indios onas y los yaganes, en la Tierra del Fuego, hasta que un día los hombres mataron a todas las mujeres y se pusieron las más-caras que las mujeres habían inventado para darles terror”.

 

“Solamente las niñas recién nacidas se salvaron del exterminio”.

 

“Mientras ellas crecían, los asesinos les decían y les repetían que servir a los hombres era su destino. Ellas lo creyeron. También lo creyeron las hijas de sus hijas”.

 

Eduardo Galeano.

De Memorias del fuego.

Las caras y las máscaras.

La tragedia hoy en el siglo XXI, es que la humanidad no superó aún la idea indigna del predominio masculino, la sociedad en su conjunto es muy permisiva con el hombre y represiva con la mujer, mismo en pequeñas cosas los roles ya están definidos. Como consecuencia se torna natural la tole-rancia existente, en ciertos medios, a la violencia contra la mujer, obstaculizando la posibilidad de enfrentar el tema como un serio problema y ésta tolerancia vil y deshumana se traduce diariamente en crímenes como: golpes, violaciones sexuales, mutilaciones y asesinatos.

Actualmente el problema en muchos países no es la “debilidad judicial”, por el contrario: es la “debilidad cultural”. La debilidad cultural surge como un subproducto de la estructura social que pone al hombre en constante situación de superioridad y la mujer en una situación de inferioridad, donde muchas veces es vista incluso como un objeto; a tal punto que ciertas mujeres cuando interrogadas sobre un tema de opinión dicen: “No sé qué va decir, o que piensa mi marido” ...

Esa debilidad cultural se refleja en criterios populares aceptados por hombres y mujeres, como, por ejemplo:

–El criterio de que la mujer es “propiedad de su pareja”;

–“el hombre es el que piensa”;

–o que “el hombre tiene derechos diferentes a los derechos de las mujeres”.

Todos son criterios absurdos que escapan a la racionalidad propia de la evolución objetiva del ser humano inteligente del nuevo milenio.

Es menester entender que, en todos los países del mundo, en todas las épocas, la violencia contra la mujer estuvo presente en las más varia-das y creativas formas, en algunas sociedades de manera más abierta, en otras de manera más ve-lada; pero, esa permanencia en el tiempo y espacio de ninguna manera legítima la violencia en contra de la mujer.

Infelizmente la sociedad “perdona”, en muchos ámbitos, los “pequeños abusos”, cuando esos son perpetrados en contra de las mujeres, incluso no considera abuso que el marido no le permita salir o le impida tener amigas peor amigos, o que el marido, padre o hermano le dé un sopapo por-que está fumando o bebiendo en público, o haciendo algo que al hombre no le parece correcto en aquel momento.

Desde luego que las mismas situaciones son consideradas abusos imperdonables, cuando son consumadas en contra de un hombre por una mujer o por ejemplo por el vecino, el amigo, el pariente o el empleador.

De esa costumbre (la de perdonar pequeños abusos) es que nacen expresiones como:

–“La mató por celos”;

–“ella le provocó para que él reaccione de esa forma”. O cualquier otra herejía que podemos recordar en ese momento, que forma parte del sistema de creencias que infelizmente, aún sigue arraigado en nuestro medio, asechando la integridad de la mujer y que tanto daño hace al avance de la eliminación de la violencia contra la mujer en el mundo entero.

Este problema, el de la violencia en contra de la mujer, debe desaparecer de la faz de la tierra para que la humanidad evolucione espiritual e intelectualmente acorde a la evolución científica- tecnológica, propia de nuestros días.

El descubrimiento del genoma humano es tan maravilloso cuanto de forma inversamente proporcional es tan espantoso que una mujer sea golpeada. Sin embargo, coexisten en nuestros días los dos extremos: el gran avance científico y la barbarie que es la violencia contra la mujer.

Joseph R. Biden, expresidente del comité oficial del Senado de los Estados Unidos, describe de la siguiente forma la violencia en el hogar en su país: “Imaginemos un mundo en el que una enfermedad grave afecta repentinamente a entre 3 y 4 millones de personas. Los síntomas son dolores crónicos, traumas y lesiones. Las autoridades no logran establecer relación alguna entre la manera como la enfermedad ataca a cada individuo y la amenaza mayor que representa para el público es que las personas afectadas sufren en silencio.”  Los datos son espeluznantes en un país como los Estados Unidos, pues, a cada ocho segundos una mujer es objeto de maltrato físico y a cada seis minutos se viola sexualmente a una mujer. Pero, recordemos que Estados Unidos es un país por esencia cosmopolita y los informes no indican a que grupo étnico cultural pertenece las víctimas o los victimadores motivo por el cual podemos inferir que la violencia es un problema de desigualdad de género, no un privilegio de una u otra etnia o cultura.

En 1992 en un informe del comité judicial del senado de los Estados Unidos “se señala que en ese país el maltrato por parte de los cónyuges es más común que los accidentes automovilísticos, los atracos y las muertes causadas por cáncer jun-tos”. El senador Biden dice: “Si mañana se anunciara en los principales periódicos que una nueva enfermedad había afectado a entre 3 y 4 millones de ciudadanos en el curso del año anterior, serían pocos los que dejarían de percatarse de la grave-dad de la enfermedad. Sin embargo, cuando se trata de 3 o 4 millones de mujeres que son víctimas de la violencia cada año, casi nadie se percata de la señal de alarma”.  Eso ocurre en una sociedad que se acredita culturalmente “avanzada”, porque los principios y valores históricamente establecidos sobre los cuales se articula tal sociedad, están basados en la desigualdad entre hombres y mujeres.

“Un parlamentario en Papua Nueva Guinea que tomaba parte en un debate sobre el hecho de golpear a las esposas llegó hasta el extremo de decir que “golpear a la esposa es una costumbre aceptada”; por lo tanto, estamos perdiendo el tiempo debatiendo esta cuestión”.

Las anécdotas tragicómicas son muchas al alrededor del planeta, quizás porque los roles sexuales y modelos familiares transmitidos responden a un mismo padrón de desigualdad en todas las partes; además, esos modelos, derivan de la falta de análisis y auto crítica de la estructura de pensamiento primitivo, que, con algunas variantes, llego a nuestros días.

En primer plano, es preciso puntualizar la serie de actitudes negativas que caracterizan la violencia contra de la mujer y en contra de las ni-ñas; esa violencia incluye todo tipo de maltrato físico, incluso el abuso sexual, el abuso psicológico y también el abuso económico en todas sus variantes como la explotación laboral, o como la sumisión a la carencia de bienes económicos. A esa cruel situación se nombra como “violencia basada en el género”, por desenvolverse como consecuencia de la condición inferiorizada de la mujer en la sociedad; tanto así que en ciertas culturas (actuales), “las mujeres y niñas solamente pueden comer las sobras de la comida de los hombres” , así como entre algunos orientales e indios sudamericanos las mujeres deben caminar unos pasos detrás de su marido o padre, como signo de subordinación y desjerarquización, habito común entre quechuas, aimaras y Urus muratos, en Bolivia.

En muchos países, a pesar de las leyes que protegen a la mujer, se impone la cultura con usos y costumbres ancestrales inhumanas que vulneran los derechos humanos de las mujeres; pues, los cánones e instituciones sociales existentes legitiman y por ende perpetúan la violencia contra la mujer.

Ciertamente es espantoso constatar que las agresiones perpetradas en contra de la mujer suelen quedar impunes cuando el hombre es el agresor, más bien, a menudo la mujer es juzgada por la familia o por la comunidad por ser considerada cómplice o provocadora del delito, quedando el hombre impune sin ser cuestionado. Esas mismas agresiones no son aceptadas si dirigidas por una mujer a otra mujer, o de un hombre a otro hombre, o de una mujer hacia un hombre.

Se puede visualizar la violencia del hombre contra la mujer como desenlace esperado debido a la condición de sometimiento de las mujeres en nuestra sociedad, por lo tanto, podemos afirmar que, lamentablemente, la violencia contra la mujer es un fenómeno usual y no particular.

Ahora trasladamos los datos para la realidad Latino Americana y caribeña: para empezar la situación es más caótica, pues, la mayoría de las mujeres, por muchos factores, especialmente culturales y económicos, no denuncian la violencia sufrida.

Cuando las mujeres dependen económicamente del hombre no le denuncian, por lo general, esa dependencia económica sirve de excusa para so-portar en silencio las agresiones, es normal escuchar cosas como: “él es malo, pero no deja faltar nada a mí y a mis hijos”. Es lógico, que esto es apenas una excusa de la mujer para seguir sometida a un trato indigno que ella acepta y asimila, culturalmente, como normal.

Muchas mujeres en la región piensan que las reacciones violentas hacen parte del romance. De la misma forma los hombres crecen pensando que las actitudes violentas son propias de los “machos” y la mayoría de los hombres se creen “muy machos”. Sumado a esos estereotipos de comportamiento y de relacionamiento está la influencia del medio que es simplemente el reflejo de esa cultura.

En esa perspectiva, el personal de salud no está suficientemente concienciado sobre la necesidad de identificar y encaminar las pacientes víctimas de la violencia doméstica, para estrados judiciales; quizás porque muchos de ellos se comportan de forma idéntica en sus vidas privadas; o por-que al igual que las mujeres agredidas, el personal de salud, tiene miedo de represalias por parte de los agresores.

Por otra parte, se encuentran los administradores de justicia que muchas veces comparten la cultura de la violencia, en la medida que la mayor parte de ellos son hombres y que muchos de ellos en el seno de sus hogares tienen actitudes reprochables en contra de sus parejas (como un caso en Bolivia, del fiscal que quemó a su esposa con la estufa) y desde luego no fue denunciado por la víctima y siguen viviendo juntos hasta que la muerte, (de ella), los separe.

Muchas de las mujeres administradoras de justicia en sus relaciones de pareja, también son víctimas y toman eso con aires de naturalidad, cayendo en la trampa silenciosa, que es la violencia contra la mujer.

De diversas formas, la violencia contra la mujer está arraigada a los padrones culturales compartidos por la mayoría de las personas, al punto de que un representante de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, (también en Bolivia), golpeo a la esposa en la calle, a plena luz del día, de forma pública y siguió descaradamente “defendiendo los derechos humanos”, menos los de su esposa, lógicamente que para ese individuo y para la sociedad que se enteró del hecho y no lo reprochó, “agredir a la esposa no es atentar contra los derechos humanos”. ¡Vaya aberración!

El contexto permite adivinar las mentes mediocres de estos hombres que no logran relacionarse sobre la base del respecto y de la igualdad con la mujer.

También permite visualizar el estado crítico de dependencia de las mujeres, que tienen al hombre en un lugar de importancia superior a su propia dignidad.

Se torna muy difícil encarar esa realidad para tratar de cambiarla. Entonces: en la región, la violencia contra la mujer es vista como un padrón de comportamiento aceptable, no como un problema inaceptable.

Tuve la oportunidad de conocer a un joven médico, hijo de un juez, que creció viendo al padre golpear a su madre y por su vez, la madre disculpaba constantemente las actitudes del padre; entonces para esas personas que hacen parte del sistema, que atienden la salud y administran la justicia, se torna difícil aplicar las leyes, tanto en el caso del médico como del juez.

Como es un comportamiento normal en su cotidiano, para el juez se torna difícil aplicar la ley con relación a la violencia contra la mujer con el rigor que amerite, porque estaría chocando con su “educación”, no va a condenar aquello que él hace como algo normal en su misma casa. También el hijo médico, no va a encaminar a la justicia las mujeres víctimas de la violencia, pues, en su imaginario eso hace parte de la vida matrimonial, al menos fue lo que sus padres le enseñaron en el seno de su hogar y reforzaron con el ejemplo.

Otro ejemplo atroz, en la justicia boliviana, es que por “costumbre” los Jueces hacen que las partes litigantes (en casos de violencia doméstica) se comprometan a tener una buena conducta y vuelvan tres veces a “intentar” vivir en armonía, con la buena intención de preservar la integridad de la familia y buscando el bienestar de los hijos; en el “intento” los agresores se portan más crueles y las víctimas se sienten más indefensas (en muchos casos, ya no vuelven a denunciar por miedo a que el compañero la mate), eso incentiva la violencia e inhibe las denuncias. He ahí algo curioso: los Jueces y Fiscales creen que las mujeres ya no vuelven porque el problema de la violencia termino por la llamada de atención de la autoridad; de tal suerte que, no se puede precisar datos en nuestra región, ya que los datos existentes están lejos de reflejar la realidad.

En el presente trabajo no existe el interés de demostrar cifras, tampoco de contabilizar lo absurdo y doloroso de la tragedia que muchas mujeres junto a sus hijos viven en su día a día, simplemente, lo que se intenta es hacer una reflexión sobre la situación de riesgo y de permanente exclusión del ejercicio de los derechos humanos que viven las mujeres que son víctimas de la violencia.

Para esa reflexión, se interroga bajo qué condiciones se desarrollan las relaciones donde se dan escenas de abuso y violencia, para tratar de entender aquello que “a priori” es ininteligible; sobre la hipótesis de que, al identificar y contextualizar el problema, se pueda establecer las representaciones que ayuden a reforzar las nuevas formas de pensamiento: las que no admiten la violencia. Entonces así, acabar con esa barbarie de vivir indignamente bajo el terror de la violencia.

Por todo lo expuesto, hay que recordar a cada día, a cada hombre y a cada mujer existente, que ninguna forma de violencia del hombre hacia la mujer se justifica, porque son simplemente iguales como seres humanos; y pueden conservar su diversidad basándose en los principios de igualdad inherentes a todos los seres humanos. Además, es llegado el momento de saber con perfección y tener la idea clara de que los derechos de los hombres son los mismos derechos de las mujeres y esos derechos tienen un solo nombre: “derechos humanos”. Aún que, se hace necesario precisar en éste trabajo que los derechos que son permanentemente violados por los hombres, son los “derechos humanos de las mujeres”.

* Libro de la autora, de distribución gratuita en pdf. 


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Biografía:

Márcia Batista Ramos, brasileña. Licenciada en Filosofía-UFSM. Gestora cultural, escritora, poeta y crítica literaria. Editora en Conexión Norte Sur Magazzín, España; columnista en Inmediaciones, Bolivia, periodismo binacional Exilio, México, archivo.e-consulta.com, México, revista Madeinleon Magazine, España y revista Barbante, Brasil. Publicó diversos libros y antologías, asimismo, figura en varias antologías con ensayo, poesía y cuento. Es colaboradora en revistas internacionales en 22 países. Editor adjunto de la Edición Internacional de Literatura China (a cargo de la Federación de Círculos Literarios y Artísticos de Hubei, China).