• 19 de Abril del 2024

Una música del cielo

Saxophone / mohamed_hassan/Pixabay

 

La música seguía relajando mis sentidos, era cada vez más cercana, pero no veía a ninguna persona

 

 Luis Martín Quiñones

Una caminata por la tarde, cuando la noche ya se asoma y me recuerda la agonía de cada día, me resulta muy placentera, restaura mi energía perdida y la imaginación marchita renace en el ocaso.

Recuerdo una en especial, con mi pequeño perro. Por fortuna, siempre dispuesto a la breve aventura de viajar unas cuantas cuadras. Cuando llevábamos unos doscientos metros, comencé a escuchar una música que me pareció tener un sonido nítido, amable, y después pensé que era también, sublime. De momento no identifiqué la pieza. Mientras dábamos unos pasos para avanzar hacia donde el sonido tenía su origen, mi imaginación fue creando personajes e historias.

“Qué hermoso sonido, quién sea que sea, debe ser un gran músico. Tal vez un intérprete de concierto. Debió haber estudiado mucho para lograr esa perfección. Mi padre era músico, mi abuelo y mi bisabuelo, presumo que tengo un buen oído para distinguir cuándo un buen sonido es de calidad y cuándo no. El ejecutante debe pasar horas en estudio… ¿Pero de dónde proviene?

Tal vez de algún apartamento. Debe ser una reunión, ¡pero qué excentricidad, escuchar un clarinete en una reunión! Tal vez gente muy educada…Quizás esa gente en la entrada de ese edificio está celebrando algo especial y han invitado a un buen músico a amenizar alguna reunión de trabajo. Qué extraño”.

La música seguía relajando mis sentidos, era cada vez más cercana, pero no veía a ninguna persona.

“Definitivo: para tocar así, se necesita ser un virtuoso. Además, toca como los ángeles, con sentimiento, como dijera alguna vez mi hija Cristina. Esa pieza…. Cuál es…. ah, claro, es Solamente una vez, se escucha muy bien en el clarinete. Recuerdo que mi padre lo tocaba. Qué hermoso sonido, es un virtuoso y qué admiración siento por una persona así”.

Seguimos con nuestros pasos y me regocijé de que, en aquella tarde, descubriera al ángel de la belleza sonora, un Orfeo instalado en una pequeña calle de la Ciudad de México. Los motores con sus conductores histéricos que emitían sonidos propios del demonio quedaron en un segundo plano, olvidados.

Embriagado de la belleza de esa música, siguieron mis pensamientos hacia el mundo del ejecutante que supuse, desde niño, era ya un virtuoso. Notas, símbolos, silencios, tiempos. Cuántos símbolos en una partitura para que una melodía llegue a lo profundo de lo humano.

“Pero parece que el sonido es cada vez más cercano. Parece que la fiesta está en la calle”.

Mis pasos siguieron el sonido. Fui regresando del viaje de un falso sueño, de lo aparente. A mi derecha estaba él: tocando suave pero ágil su instrumento hacia el público, que no lo veía, tal vez sólo escuchaba. Dirigía el sonido hacia el cielo, quizás, para que llegara a lo más alto, tal vez donde alguien disfrutaba como yo, de esa hermosa música.

Era una persona humilde, no sé si pobre. Pero esperaba más que un aplauso, unas monedas. Era el reconocimiento a su arte. Aquel músico esperaba más que unos centavos: el sustento diario.

Lo vi y me acerqué para dar, quizás, lo que no era merecido para su virtuosidad. Unos cuantos pesos no hubieran sido suficientes para reconocer la calidad que el alma había puesto en los sonidos.

Vi que se alejó caminando, pausado. La música siguió buscando los oídos, el refugio para sus notas, su destino final. Seguimos cada quien su camino y compartimos, sólo por un momento, la melancolía, el gusto por la música, y los bolsillos vacíos.