• 19 de Abril del 2024

Independencia de México, ¿celebrar o conmemorar?

Zócalo CDMX / Facebook/Gobierno de la Ciudad de México

Parece que el pueblo mexicano tiene esa necesidad interna y extraña del grito desaforado por la desgracia o la tristeza

 

 Luis Martín Quiñones

Conmemorar, celebrar o simplemente recordar son palabras muy afines que utilizamos para hablar del aniversario de la Independencia de México. 

Durante los últimos años se ha cuestionado si debemos celebrar un acontecimiento que supuestamente llenó de gloria a la patria. ¿Cómo o por qué deberíamos gritar “vivas” y demás palabras de regocijo por un país que lleva años de luchas internas de poder, corrupción, muerte, y un largo etcétera de epítetos trágicos?

Sin embargo, parece que el pueblo mexicano tiene esa necesidad interna y extraña del grito desaforado por la desgracia o la tristeza. Bastaría escuchar un mariachi para demostrarlo. Si es una canción festiva el “ay, ay, ay, ay,” nos contagiará para que gritemos también. Y si es triste, el mismo “ay” dejará ver el dolor del alma.

Pero también el mes patrio nos da tema para la reflexión y no sólo para el clamor popular. Mictlantecuhtli ha recibido, en su Mictlán, descabezados, torturados, periodistas y a mujeres que por el simple hecho de serlo, han sido asesinadas. Sexenios de gobernantes en que la inseguridad ha sido su prioridad, también ha sido su gran fracaso. Y el actual período presidencial no las tiene todas consigo. Tal vez su perdón demagógico nos lleve muy pronto, a poner la otra mejilla.

Pero, ¿qué más nos da tanta desgracia y verborrea si simplemente queremos reafirmar nuestra identidad nacional?

Tal vez lo que sí debemos recordar, es esa contrastante y contradictoria idiosincrasia mexicana, quizás la más colorida y auténtica que va inevitablemente ligada al mestizaje, producto de años de colonización en el que nos dejó como herencia, el maravilloso idioma español, y una excelsa gastronomía.

Cuando los colores del Ejército Trigarante se plasman en un chile en nogada, no pensamos que sin la granada, nuez, perejil, y la carne de puerco traídos por los españoles, no sería posible degustar este maravilloso platillo y muchos otros como los tradicionales tamales (en sus muy variadas formas y estilos) y, por supuesto, el inigualable pozole.

Mientras bebemos y cenamos escuchando las campanadas libertarias, recordemos con orgullo nuestro origen y por qué no, gritemos: “¡Viva México, Cabrones!”

Los mitos fundacionales son necesarios para conmemorar y crear un imaginario que cohesione emociones y un pasado común con el que nos podamos entender, aunque sea una falaz historia. Así, crecimos con la idea del anciano Hidalgo que liberó a México, y que ahora sabemos que no era ni tan viejo ni tan libertador. La Nueva España pretendía libertad más que independencia para los criollos; y el exceso de control de las Reformas Borbónicas llevó al hartazgo a muchos que, a pesar de todo, gritaban: “Viva Fernando Séptimo”.

No obstante, los héroes fundacionales han dejado su marmórea figura y se han reivindicado con sus claroscuros como cualquier ser humano. Algunos todavía no encuentran su acomodo, como Agustín de Iturbide, que el 27 de septiembre de 1821 consumó la tan ansiada independencia. Ahí sigue en la Catedral Metropolitana esperando que el rencor histórico le regale el perdón de su absurda ambición imperial.

Para muchos otros son los tiempos de Juárez y su triunfo contra los franceses cuando se logra un verdadero cambio y se puede hablar de una verdadera independencia.

La demagogia ha encontrado terreno fértil con el día de nacimiento de la nación. Y los caprichos dictatoriales han florecido para hacer su propio jardín patrio. Porfirio Díaz -se dice- cambió la celebración la noche del 16 al 15 porque se celebraba su cumpleaños, sin embargo, lo que en realidad hizo fue trasladar la campana de Dolores al Palacio Nacional, para dar el grito en la Capital.

Y el buen Max, sí, el de Austria, dio el 16 de septiembre oficialmente el primer Grito en Dolores, y al año siguiente en 1865, en el Zócalo. En el periodo presidencial actual nos esperan aún largas horas de transmisión oficial, ¿Cómo para qué? Tal vez, como al estilo griego, el teatro político nos dé una ansiada, y esperada -o tal vez debería decir desesperada-, catarsis.

Mientras celebramos, conmemoramos y recordamos a los héroes y a una historia que aún no termina de escribirse, nuestra Victoria Alada espera que su recién terminada restauración no sea sólo el reflejo de una justicia nacional desgastada, sino el punto de encuentro de la identidad nacional.