• 23 de Abril del 2024

Deseos sin límites

Storm / Artie_Navarre/Pixabay

 

Tántalo, hijo de Zeus, desafió a los dioses en su ambición y jugó con fuego

 

Los deseos del hombre son infinitos como el universo mismo. Hoy más que nunca tenemos acceso a información, libros, viajes, y a un extenso catálogo de oportunidades que pueden satisfacer los deseos nunca imaginados.

La comunicación digital supera cualquier imaginación del pasado que el hombre hubiera concebido. Se nos presentan los frutos más apetitosos en una envoltura atractiva, suculenta, donde solo basta estirar la mano para hacerlos nuestros.

Tántalo, hijo de Zeus, desafió a los dioses en su ambición y jugó con fuego. Privilegiado por su divinidad, accedió a banquetes exquisitos, a los placeres gastronómicos sin límites. El poder debe tener cómplices para que se preserve, principio que Tántalo olvidó y, como buen hijo de los dioses del Olimpo, debía guardar secretos.

No obstante, reveló información ultra clasificada. No satisfecho con sus desatinos, desafió aún más a los dioses, organizó un fiestón, se le acabó la comida, y decidió condimentar a su propio hijo Pélope.

Los dioses lo descubrieron y por sus excesos, ambiciones y desmesuras, Tántalo fue castigado y enviado al Tártaro, donde estaría sumergido hasta el cuello y donde se le presentaban apetitosos frutos y alimentos que no podría alcanzar nunca. Además, una piedra que oscilaba en su cabeza lo amenazaba con caerle encima.

El suplicio de Tántalo representa el castigo para la ambición desmedida. La sed y el hambre insatisfechas se convirtieron en una pena eterna. Sin duda, el mito adquiere dimensiones actuales y puede tener diferentes interpretaciones. En nuestros días todo parece estar al alcance de nuestras manos. Hoy más que nunca con un click, podemos acceder a un mundo que en antaño, parecía imposible.

Entonces ¿qué sucede con los nuevos Tántalos? La tolerancia a la frustración del divino Tántalo fue eterna, se quedó en el Tártaro, en la parte más profunda del inframundo, en un oscuro rincón del universo. Pero los nuevos Tántalos hemos superado al mito: deseamos tanto, queremos todo. Hoy, la tolerancia a la frustración nos llega cuando ya hemos agotado nuestro bolsillo.

Cabe entonces la pregunta: ¿si el deseo humano es insaciable, existe de verdad una piedra que nos amedrenta con aplastar nuestras cabezas?  Por lo visto de vez en cuando esa piedra nos persuade, pero sabedores del riesgo, nos aventuramos a sufrir el castigo.

Muchos son nuestros deseos y muchas nuestras necesidades y la aparente facilidad para obtener todo nos tienta a traspasar el umbral de lo imposible. Toda una variedad de productos, placeres, emociones, nos rodean y provocan. En nuestro Tártaro contemporáneo estamos condenados a una deliciosa y tentadora manzana difícil de decirle que no. El mito ha tomado nuevas dimensiones y lo inalcanzable, es posible. El resultado: un ser divino que lo merece todo, un hombre satisfecho: un niño berrinchudo que difícilmente tolera la frustración.

Todo se obtiene con relativa facilidad: un objeto, pornografía, diversión, puestos públicos, poder. Y qué pasa cuando no se obtiene: arrebatamos. Pasar por encima del otro, adquiere sentido.

No obstante tener disponible al mundo mismo, el precio se paga con muy altos intereses. En esa cadena sinfín de deseos satisfechos llevamos la penitencia. Al final, los dioses dan el castigo divino. Tarde o temprano, el exceso, la soberbia, nos impide ver que el banquete no alcanza para todos.