• 15 de Abril del 2024

Veinte años no es nada

Crónica del libro Vida de Perros

 

 

Aquel día, cuando lo vi por primera vez, ya tenía los años encima, pero esta vez fue diferente. Además de sus 19 años, un camino interminable de enfermedades le habían hecho compañía. Siempre había pensado que, llegado ese momento, no sería el mejor día. Pero no dejaba de admirar su entereza: desvencijado el cuerpo, pero no el espíritu.  "Debe estar hecho de una materia extraña, de esa que no encontramos todos los días", pensaba. Durante las tres últimas visitas, una pregunta rondaba alrededor de él: ¿serán sus últimos días?

Miraba a los ojos, arrinconado en unos brazos que aumentaban su orgullo. Siempre me pareció que el cariño que le prodigaba su dueño era algo especial, fuera de este mundo.  Un pelo dorado daba un arroyo de luz que caía a sus costados, suave al tacto en un cuerpo menudo y frágil. Siempre alerta, dispuesto a defenderse. Fuimos presentados a distancia, con reservas y con una advertencia directa: “muerde”. Mas el trato siempre fue cordial y unas manos suaves y amigas por parte de sus dueños siempre me auxiliaron para poder examinarlo.

Durante dos años las visitas periódicas y por los desmayos ocasionales, a los que sus amos ya se habían acostumbrado, tuve la oportunidad de apreciar ese hierro del que estaba hecho. Sus recaídas fueron atendidas en el momento oportuno, mostrando siempre una fortaleza única que me hacía reflexionar: el tiempo es el único que lo vencerá. Cuando pensábamos que su final estaba cerca, sé que se rio de nosotros; lo postergó seis meses más, como si hubiera hecho una tregua con su propio destino. Aunque lo creímos viejo, una fuerza inexplicable lo protegía: se había acostumbrado a la eternidad.

Pero esta vez fue diferente, vi su rostro marchito, casi muerto. Su cuerpo era un terreno desolado, con unas sombras frías a su alrededor. Ya no había ese arroyo de luz, y su pelo escaso, era la tristeza de un presagio cercano.

Fueron días de reflexión en el que imaginé cómo ese pequeño Yorkshire, de escasos tres kilos, y cuerpo frágil, había hecho un largo viaje desde la Argentina para vivir aquí sus últimos dos años de vida. Recordé con especial sentimiento cómo se sobrepuso a lo adverso; cómo su corazón, aun enfermo, latía con ritmo alegre y retumbante; cómo venció una y otra vez la insidia de los males.

Chip, debió ser asistido para dar el último paso; la postración y el dolor no podrían vencerlo. Debió encontrar la muerte, a pesar de que él, todavía quería vivir.

Aunque esta vez fue diferente, nunca olvidaré aquel primer encuentro, lo recordaré en los brazos de su dueño, con ese afecto extraño, eterno, y que sólo ellos comprendieron. Pensaré que pudo haber vivido mucho más, porque, al fin y al cabo, casi veinte años, no fueron nada.