• 29 de Marzo del 2024
TGP

Entre la plata y los espíritus

Placa casa de Pedro de Terreros / Facebook

 

Fue en el año de 1768 que Pedro de Terreros, primer Conde de Regla, terminó de construir el palacio en el que no escatimó para decorarlo

 

 

Luis Martín Quiñones

Doña Atala Manzur tuvo la gracia de la clarividencia, de hablar con los espíritus y de haber vivido por muchos años en la que fuera la casa del conde Pedro de Terreros.  Fue en República del Salvador 59 donde viviría muchos años y, además, tendría un negocio próspero de costura. En su departamento que se ubicaba en el primer piso se podían ver las máquinas donde las costureras realizaban sus actividades propias de artesanas. Siempre se podían observar telas de diferentes tonos que invadían los espacios con sus olores de ropa nueva y que daban un toque pintoresco a sus habitaciones. Pero lo más interesante era escucharla hablar sobre sus cualidades de espiritista, de sus contactos con el más a allá y de las apariciones misteriosas a las que identificaba con el pasado del antiguo palacio. En no muy pocas ocasiones hizo referencia al conde y de su riqueza.

Fue en el año de 1768 que Pedro de Terreros, primer Conde de Regla, terminó de construir el palacio en el que no escatimó para decorarlo con la plata que extraía de su minas en Real del Monte. Frances Erskin Inglis, más conocida como Madame Calderón de la Barca, en su carta XVII, narra su visita a la zona minera y su paso por la hacienda de San Miguel Regla, que para entonces estaba abandonada e inhabitable. Y hace alusión a la inmensa riqueza y a las minas. Y dice respecto a la ceremonia del sacramento de uno de sus descendientes “que tuvo tanto caudal que en el bautizo de su hijo, el actual conde, todo el cortejo caminó sobre barras de plata de la casa a la iglesia”. En dicha carta también hace referencia a la invitación que había hecho al rey Carlos III de España y en la cual le garantizaba “que los cascos del caballo de Su majestad no pisarían sino plata maciza desde Veracruz a la capital”. Como se sabe, Carlos III ni ningún rey de España, pisaron tierras mexicanas.

Alrededor de este personaje se entrelazan otras personalidades de la historia de México. En 1756 contrajo nupcias con María Antonieta de Trebuesto y Dávalos Bracamonte quien fuera hija de los Condes de Miravalle, descendientes del emperador Moctezuma. Su hijo Pedro, al que hace referencia Calderón de la Barca, contrajo matrimonio con una de las hijas de la Güera Rodríguez.

No está demás mencionar lo que quizás para muchos es conocido, el Conde de Regla fue el creador del Nacional Monte de Piedad en 1775, al que nombró como Sacro y Real Monde de Piedad de Ánimas de la Ciudad de México y que es la institución financiera más antigua del continente americano. Este edificio que hoy ocupa un lugar especial en el primer cuadro de la ciudad, fue construido sobre los terrenos de lo que fuera del Palacio de Axayácatl. Por cierto, Manuel Orozco y Berra, en el libro La Ciudad de México menciona que Pedro de Terreros “destinó 300,000 pesos para fundar este establecimiento con que aliviar a los necesitados, prestándoles la suma que hubiera menester sobre sus ropas y alhajas, librándolos así de caer en manos de fríos y egoístas usureros”. También menciona el antiguo nombre de la calle de Empedradillo número 8, ahora nombrada Monte de Piedad 7.

Es inevitable invadir el terreno de la anécdota, ya que en la década de los 70’s tuve la fortuna de cruzar, en varias ocasiones, el umbral del gran portón de la antigua casa del conde. Claro que en ese entonces no sabía la historia ni la riqueza que alguna vez hubo dentro y fuera de las habitaciones.

Doña Atala Manzur mujer afable y con una voz pausada y grave nos hacía pasar momentos muy amenos. Los espíritus, a los cuales decía no poder alejar de sus habitaciones, eran un relato recurrente. Su hija Elizabeth, también con algunos dones espiritualistas, nos leía el café y nos daba los pormenores de nuestro destino. Cuando llegábamos al edificio y se abría el gran portón, una escalera del lado izquierdo oscura y ancha, nos conducía al primer nivel donde se hallaba su departamento. Una vez dentro, un misterioso domo cubría la parte central, un cuadrado rodeado de un barandal balaustrado por el que uno se podía asomar. En la mente de un niño eso parecía divertido.

¿Cómo podría uno imaginar la riqueza que alguna vez hubo en esos espacios barrocos? Imposible pensar en que en sus tiempos había sido considerado el palacio más suntuoso de la Nueva España en el siglo XVIII. La plata cincelada formaba parte de la decoración de tal manera que se le conoció como la Casa de Plata. Respecto a la gran fachada del edificio Fernando Benítez, en su libro El peso de la noche, comenta una anécdota que cuando se le interrogaba al conde “acerca de la rareza del porqué no tenía ventanas”, a lo que respondía: “Lo que ahí guardo no necesita luz sino defensa”. Y concluye Benítez que, don Pedro, “Dormía sobre su oro y plata

Amigos de mi padre, vimos a doña Atala, como le decíamos, como parte de la familia. El misterio de un edificio tan extraño, con ese domo de tela y sus pláticas de fantasmas, era una aventura que valía la pena correr. Pero en una ocasión fui con mi hermano Francisco y la aventura fue más allá: nos quedaríamos a dormir. Después de la plática habitual se llegaba al irremediable tema de los espíritus, apariciones y demás cosas del más allá. Una lectura del café por parte de Elizabeth fue el preámbulo para irse a una de las habitaciones. Sólo recuerdo que cuando se cerró la puerta de la recámara asignada, que por cierto daba a la calle de República del Salvador, no pude dormir. Esa fue la última ocasión en que vi a doña Atala. Ya nunca volví a sus rincones llenos de historias y fantasmas. Muchos años después la familia Manzur tuvo que abandonar el edificio, el negocio de las telas y la costura, y también la Ciudad de México para pasar el resto de su vida en Villahermosa, Tabasco, de donde era originaria.

En los años 80’s el edificio fue requerido por el entonces gobierno del Distrito Federal pero su restauración no ha terminado y se encuentra en muy mal estado. Hoy sigue esperando sean abiertas sus puertas para el asombro del visitante y para los afortunados que alguna vez traspasamos el umbral de la mansión barroca.

Una placa de azulejo del lado derecho del portón evoca, lacónica, unas palabras en recuerdo a su antiguo dueño y el año de su construcción:

“Esta fue la casa de Don

Pedro de Terreros

Conde de Regla fundador

del Monte de Piedad

reedificada en 1928”.

            1768