• 20 de Abril del 2024

Estación Buenavista

Ferrocarriles Nacionales / Facebook

 

Muchos eran los que regresaban a sus lugares de origen, otros se embarcaban para conocer tierras lejanas o bien en busca de aventuras

 

Luis Martín Quiñones

La estación Buenavista de Ferrocarriles Nacionales fue, durante muchos años, uno de los puntos más importantes para el transporte terrestre. Era el comienzo de una aventura que podía durar desde dos hasta más de 24hr de viaje. Pero en esas épocas de una vida sin prisa, en dónde las distancias carecían de la exigencia del tiempo, se podía disfrutar de un sinfín de experiencias que han quedado en la memoria de aquellos viajeros infatigables.

Muchos eran los que regresaban a sus lugares de origen, otros se embarcaban para conocer tierras lejanas o bien en busca de aventuras. Familias enteras llegaban a la calle Mosqueta e Insurgentes Norte para tomar su andén en la entonces recién inaugurada terminal. Fueron momentos de gloria para la historia del ferrocarril mexicano que se recuerda con una mirada nostálgica.

Es en el año 1961 que el presidente Adolfo López Mateos da el banderazo de salida para los primeros trenes que partían de la moderna terminal Buenavista. Había sido demolida la antigua estación en 1958 en el sexenio de su antecesor, Adolfo Ruiz Cortines. Sus seis andenes daban cabida para cientos de personas que se embarcaban rumbo a Veracruz, Puebla, Tabasco, Campeche, Yucatán y Chiapas. Pero su historia se remonta hasta el siglo XIX cuando, con el presidente Sebastián Lerdo de Tejada, se tendieron las primeras vías férreas. Después de esos primeros años de esplendor para el ferrocarril, seguirían otros tantos donde se tenderían más de 20,000km de vías férreas.

Fue en el último cuarto de siglo XIX que el empresario Antonio Escandón imaginó una gran estación en los terrenos de lo que fuera la Hacienda de Buenavista. Un desarrollo comercial se fue asentando en los alrededores y el crecimiento urbano fue inevitable. Con el tiempo, la estación quedó atrapada entre el concreto de las nuevas edificaciones y el asfalto de las avenidas.

El ferrocarril fue testigo del desarrollo en la época del Porfiriato, pero también de la desigualdad que derivaría en el estallido revolucionario. Las vías fueron el medio de transporte de tropas y un medio estratégico elemental para ganar las batallas.

El ferrocarril formó parte del imaginario colectivo que evocaba épocas remotas, de un pasado romántico. No en vano en dos películas mexicanas la estación Buenavista fue un protagonista importante.

En Distinto Amanecer, de Julio Bracho, producida en 1943, en la escena final Andrea Palma llega corriendo a alcanzar el tren dónde huiría con Pedro Armendáriz. Parte el tren y al final de la escena ella observa junto con su hijo la partida y se reencuentra con su esposo encarnado por Alberto Galán. La terminal Buenavista (anterior a la de 1961),  es testigo de este drama urbano que nos permite ver ese pasado del que no fuimos testigos.

 En la cinta Ya Somos Hombres de 1971 del director Gilberto Gascón y con Valentín Trujillo y Lorena Velázquez en el reparto, nos deja ver la entrada y los andenes de la aquella entonces, muy moderna terminal.

Sin duda ambos filmes son documentos valiosos para la historia del ferrocarril en México.

Para los que tuvimos la fortuna de viajar en aquellos trenes, esperar en el andén, documentar maletas, llegar a la estación, era el preámbulo a un trayecto lleno de estímulos sensoriales.

No importaban la impuntualidad, alguno que otro retraso ya que como sucede en el cuento el Guardagujas de Juan José Arreola y como buenos mexicanos, se “aceptan las irregularidades del servicio” y el “patriotismo impide cualquier manifestación de desagrado”.

Las paradas se convertían en oportunidades de saciar los apetitos y dejarse seducir por el café con leche, el pan dulce, platanitos salados, atole, tacos, tortas, y un abundante repertorio de tentempiés que resultaban una delicia para el pasajero ávido de satisfacer su apetito. Las ventanillas se abrían para dar alcance al menú y, alguno que otro osaba bajar arriesgando lo dejara el tren.

La locomotora hacía sus sonidos, un estruendo que hacía palpitar el corazón, la emoción era incontenible. La fricción del metal de las ruedas con la vías acompañado de un estruendoso sonido que emitía su silbato, anunciaba el pronto ascenso. Después de la espera en el andén, comenzaba la aventura. Era disfrutar el asombro del del camino, de ver las casitas pobres, con techos de lámina o de asbesto. Luego se perdía el paisaje urbano para dar paso a las tierras y sus cultivos, verdes y ubérrimos, que con la oscuridad de la tarde y el avance incesante del tren, se iban desvaneciendo, hasta sólo ver las estrellas.

Para viajes tan largos de más de 24hr, era factible acceder a los llamados carros Pullman. Por la noche, los asientos se convertían en una cama. Las ventanillas eran una salida hacia la imaginación y la fantasía. Los fuegos fatuos podían ser apreciados después de un largo tiempo de observar la espesura de la noche: de pronto, el fuego. La soledad y el paisaje eran el mejor sustrato para los viajeros, soñadores de lo imposible.

La estación Buenavista fue el punto de partida, pero también el destino. Llegar a la Capital, bajar al andén, recoger maletas, caminar por primera vez en la gran urbe, eran emociones insospechadas y novedosas para el viajero. Ahí, comenzaba un nuevo episodio de sus vidas. Antes de partir a su destino final en la gran ciudad, los viajeros dejaban su mirada en la entrada de la estación que quedaba como un recuerdo imborrable de su gran aventura.

En 1999 la estación llegó a su fin. De aquel sitio de encuentros afortunados, de regresos a la capital, de los sonidos de la locomotora que altiva hacía sonar su silbato inconfundible para alertar a los viajeros, sólo ha quedado la fachada y el moderno Tren Suburbano, que en su modernidad ha dejado atrás los grandes recorridos, las pausas para los antojitos, los cambios de locomotoras; y donde un mundo vertiginoso que corre siempre de prisa,

nos exige reducir distancias.