• 29 de Marzo del 2024
TGP

Black Merda

Lost places / 652234/Pixabay

 

Es hora de ver a todos, y verse uno mismo desde afuera en los ojos de los otros

 

 

Aldo Fulcanelli

De todas las atracciones de aquel bar emergente a la mitad del vado, la única que no recibe monedas por una hendidura es Giovanni, el joven moreno con cuerpo de lanchero, futbolista por las tardes y juguete sexual a la madrugada. Para poder acceder a Giovanni, hay que entregarle tres piedras de crack (inicialmente), de ahí en adelante los minutos se convertirán en horas o días, según la gratificación del cliente. A partir de las doce de la madrugada, ya saben los clientes que Black Merda, la cantinucha giratoria cuyo único lujo son tal vez, los estrobos que no paran de arrojar luces multicolores, inicia la jornada.

Yace la rockola a un lado de la barra, frente a la mesa favorita de los gringos, los que, movidos por la curiosidad, suelen sentarse frente a los travestis, antes de comprobar con sus propias manos, que aquellos seres están dotados de miembro viril. La música envolvente suele enlazarse con las tonalidades rojas y moradas de las luces interiores, al tiempo que otro ser extraño rebasa el umbral de la puerta, para instalarse ahí, por dos o tres días por lo menos.

Hay traileros, prostitutas, mariachis desarraigados a aquellas alturas de la hora, como Juvenal, a quien, por cierto, le sienta tan bien el traje de charro, y no puede uno dejar de adivinar la línea de su ropa interior marcándose en la tela. Es hora de ver a todos, y verse uno mismo desde afuera en los ojos de los otros, tratando de consumir hasta el último vaho de las imágenes que las retinas catapultan, mientras el dealer de la moto roja no deja de pasar toda la noche con encargos, ya saben, aquella cocaína de colores y sabores exóticos que tanto gusta a lulú y a Claudia, la pareja de lesbianas que siempre se sienta en la primera mesa a la derecha.

Es hora de darse y de dar, de dar tan duro como se pueda, pues la noche se alargará gracias a las cortinas púrpura que Dávalos (el dueño del bar), deja caer desde el techo para evitar que los clientes corran asustados ante los primeros rayos del sol. Cada cliente es especial, y de gustos muy específicos, a todos se les complace con singular denuedo.

Esa noche, no recuerdo exactamente como conocí a aquel hombre de cara perfecta, y ante la ignorancia de su nombre, opté por llamarlo “el barbas”, sin que ello le disgustara realmente. Su nariz era fina, sus dientes, parecían diseñados por la mano de un prolífico escultor, sin embargo, sus modales conforme avanzaron las horas, se fueron convirtiendo en los de un paria, hasta quedar reducido a un completo neandertal. La sombra del “barbas”, se deformó poco a poco, dejando ver el cuerpo de un primate, mientras que toda clase de sonidos y estertores brotaron de aquella infeliz garganta, castigada por quien sabe que tantas maldiciones y sortilegios, pero a pesar de todo, luego de encadenar al “barbas”; la fiesta continuó en Black Merda.

Chabelo, el casi anciano profesor de primaria, buscaría sentarse a mi lado como siempre, para contarme sus aventuras sexuales, plagadas de obsesiones y manías, no sin antes invitarme un trago de tequila sunrise. Chabelo clavó su mirada en mí, para contarme sobre las maravillas de Giovanni el prostituto. Con gran precisión, me hablaría de cómo insertó sus dedos bajo la ropa interior del llamado “juguete sexual”, y de cómo por la nimia cantidad de 500 pesos (en especie), lo habría sodomizado casi dos días seguidos, en uno de los tres únicos camarotes de Black Merda.

Continuaría platicándome acerca de cómo compartió saliva con Giovanni, incluso, de cómo mordió su lengua mientras el joven repetía como un mantra aquella frase de: “lo que quieras, lo que quieras, mientras Chabelo le refería: “te seguiré drogando para que seas más mío”.  A pesar de la pasión con que Chabelo platicaba sus aventuras, a mi ya la verdad terminaba por cansarme, aquel viejillo de media dentadura y piel mortecina, finalizó describiendo la ropa interior de Giovanni, y cómo el joven prostituto estrella, se la cambio más de diez veces para complacerlo, al ritmo de la frase más que trillada de: ¿verdad que eres mi robot?, pronunciada hasta el cansancio por el anciano profesor.

Pero la calma se fue de mi lado poco a poco aquella madrugada, mientras que las voces y carcajadas de los clientes, ya presa de un frenesí, se ahogaron en el interior de mi cabeza, convirtiéndose en una grosera distorsión. Pensaba en la culpa, aquella gárgola gris que se posa sobre mi cabeza, cuando yo por alguna extraña razón, vuelvo a Black Merda, a pesar de haber prometido no retornar.

Pensaba en el dinero gastado, en las horas de juego y los amigos instantáneos, los que aparecen entre el hondo rechinar del dinero, y abandonan el espacio cuando la última bolsa de lo que sea, la última gota del líquido más añorado, se escapa tal vez, evaporado por la sola acción del calor, y ya no hay más. Como en una secuencia triste, se alejan los tacones y las risas, la solidaridad desaparece de los ojos, convirtiendo a estos últimos, en dos intrusos un poco menos culpables que sus dueños.

Se vacía Black Merda, se apagan la rockola y los estrobos, el dealer de traje fluorescente, se aleja en su moto levantando la polvareda, es hora que el sol comienza a hacer justicia a cada rayo de parsimoniosa luz, que va quemando los sueños de cantina. Ahora comprendo el nombre de aquel lugar, Black Merda, una basura revestida por interminables litros de alcohol, canciones para celebrar la miseria, y prostitutas con las nalgas inyectadas. Pero mañana volverán a sus guaridas, para atender a los hijos que intentarán vender en partes o completos al mejor postor, y se verán algo decentes portando esas pantuflas viejas, pero yo, conozco el hedor de aquellos seres.

Giovanni regresará al futbol de la tarde, y a la taquería por la noche, mientras que la madrugada le aguardará en Black Merda, junto a una fila interminable de piedritas de crack, que alguna mano temblorosa ofrecerá para la nueva sesión de ultraje pactado, cuando todo vuelva a ser ropa interior de hombre coleccionada por algún otro adicto a las piernas de Giovanni, el juguete sexual más barato. 

Yo saldré de Black Merda, para refugiarme en algún otro círculo dantesco, y pararé a beber agua del oasis, antes que lo arrebate el aire del mediodía. Y pensare en mi madre, y sus ojos de niña, en mis manos de mujer que parecen sobrepuestas, y en mi voz cascabeleando a la mitad de una carretera estúpidamente desierta.

Dejaré el auto a la orilla del camino, para ir a orinar entre la arena, los botes de cerveza y las revistas porno que arrojan los traileros, y encontraré tal vez algún cráter lunar aguardando por mí, o alguna creatura extraña escondida detrás de un cactus, una mirada ajena que me recuerde que en aquel lugar árido; alguna vez hubo algo que no fuera restos de todos los malditos restos.