• 25 de Abril del 2024

Nosotros

City Ilustración / Free-Photos/Pixabay

 

 

Quiero decirte que a tu velorio no acudieron ni Tomás ni Manolo, tus grandes amigos de la infancia

 

Hiciste bien en matarte. Los días se hicieron amarillos, las copas de los árboles ya ni se conmueven ante el aire, la ciudad se ha convertido en un barato anaquel donde reina como nunca la corrección. Me gustaría decir que todo eso fue por ti, por tu muerte, pero no es así, seguro habría ocurrido contigo o sin ti.

Quiero decirte que a tu velorio no acudieron ni Tomás ni Manolo, tus grandes amigos de la infancia, que tu madre no puso nunca sobre el ataúd la foto que a ti te habría gustado, que ni siquiera estuviste vestido todo de negro, y en lugar de ello, el embalsamador, de mala gana, te envolvió en un raro traje gris.

Aquel tipo era la onda, dijo que no quería tocarte, pues su religión le prohibiría manosear a un suicida, a ti seguro te habría dado mucha risa. Dante, ¿sabes?, encendí tu grabación hablando de las cosas existenciales que tanto amaste, pero para tu mala suerte, querido, todos salieron de la capilla al sólo escucharte, y sí, estaba doña Martha, la viejita que nos reventaba las pelotas cuando niños, ¿recuerdas?, también Eufemio, el que te abrió la ceja en aquella borrachera rocambolesca, cuando iniciamos escuchando a Beethoven, y terminamos con los Cadetes de Linares; ¡qué noche!

Dante, en tu velorio estuvieron los que más odiaste, y para colmo, no hubo oración y por favor, no me hagas decirte de nuevo que para los auto inmolados no hay descanso eterno, ¡Dante querido!, permíteme el sarcasmo, que a ti te habría gustado, genio.

Tu perro se lo ha llevado Tina, la vecina de la que te burlabas, ¿recuerdas?, decías que se dormía de pie, Tina, la de los ojos caídos; y pobre de tu perro, ¿sabes?, anda todo desconsolado sobre la plazoleta donde abundan los gendarmes corrigiendo a los que dicen malas palabras.

Sí, Dante, el mundo se convirtió en lo que pensabas. El mundo es ahora un mar de protocolos insalvables, todos se han dividido en hordas y para sobrevivir, debemos escoger un color y un código de identificación, seguro no te habría gustado, seguro habrías odiado esta insoportable realidad de ser feliz a las cuatro y melancólico a la medianoche, mientras un mariscal apaga la ciudad y los domingos, los domingos todos deben zapatear tres veces para ir al super, ¡que joda!, Dante, qué bueno que te moriste.

Qué bueno que te mataste, dijiste que no soportarías la vida sin abrazos, el repicar del óxido que apaga la espontaneidad, los bellos atardeceres arruinados desde ahora por la obstinación del ojo que todo lo mira.

Qué bueno que te mataste, pues no nos dejaron vida, querido, acá correr es de mal gusto y la verdad, es como una piedra con espinas de la que nadie habla. A escondidas, cuando los mariscales no me oyen, escucho los tangos que te gustaban, miro tus afiches de París y Nueva York, me hundo en tu armario y nado entre las revistas Playboy y el olor a naftalina, entonces, te miro en el recuerdo, volando contra la corriente inmarcesible que siempre te inquietaba.

Qué bueno que te mataste, Dante, no lo habrías soportado. La bilis abandonó los estómagos y se instaló dueña y señora de las ciudades, en la calle todo es terror y trenes que arrojan la escoria. Las campanas ya no tañen por nadie, el mal augurio sustituyó al sol en el poniente, retahílas de escarabajos roen la piel de los valientes.

Qué bueno que te mataste, Dante, no lo habrías tolerado, dijiste que la libertad llegaría después del espasmo, pero acá los abrazos fenecieron, hay quienes cuentan las palabras de otros y la vida, la vida es un miserable sinsentido que retumba en la profundidad de las coladeras.

Quiero pensar que apreciaste el descenso de tu alma, como se mira al caballo favorito triunfando en el hipódromo. Quiero pensar que escupirás las manos del diablo con el galopante frenesí de un pájaro oprimido.

Quiero pensar, que en la cornisa del tiempo te burlarás de nosotros, de nuestros días amarillos y nuestro sol depuesto, de nuestras tardes asfixiadas y nuestra ira de cristal que ya no hiere, que ya no brilla, que ya no quema.