• 23 de Noviembre del 2024
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De sobra sabes que eres la primera, que no miento si juro que daría por ti la vida entera.

Anoche soñé contigo. Te veías hermosa y tus carcajadas fueron el escándalo que nos bebimos. Los sueños felices se parecen, ¿sabes?

Andaría por los nueve cuando comencé a acariciar la idea de la venganza. La casa de los Rodríguez era por aquel entonces una de las más guapas de la colonia. Al frente de un portón eléctrico con doble hoja, de los primeros que se instalaron en la ciudad, se levantaba un colorín tremendo: el árbol mágico del que mi madre nos tenía prohibido comer. Ella decía que sus frutos eran somníferos, pero aun estando maldito, la sombra de aquel zompantle era como el sonido de una flauta encantada.

Despertó con un hambre colérica. Había soñado con una sensual rebanada de pastel de chocolate y la saliva jugueteaba en su boca mientras las tripas le gruñían como perro enfurecido. Bea se había acostumbrado a calmar esa sensación de vacuidad con refresco dietético y cigarros. Abría el refrigerador ─como quien abre un armario─ y sin importar cuántas opciones hubiera dentro solo elegía una: un tallo de apio, una rebanada de jamón, medio pepino.

Apolo Baltazar cayó como árbol talado. Su cuerpo de garrocha se desplomó sobre el vientre feliz de Generosa, todavía prendida a sus riñones por ir guardando el equilibrio mientras subían al puente peatonal Murad. El efecto dominó no se hizo esperar. Con el impulso, el matrimonio se pasó a traer a una señora con dos canastas, a un policía municipal y a una repartidora de Uber Eats que pretendía ascender con carga, casco y bicicleta.

Para no escupirnos los besos, nos gritamos las cortesías.

Gabriela Puente

Cuando tenía 15 años se escapaba al cine con su novio. Los envidiosos dirán que esto lo hacen todas las quinceañeras del mundo, pero ella y el tal Fernando no iban con la intención de agarrarse a los besos en lo oscurito, sino a recetarse el pollo rostizado que cada uno metía a la sala de contrabando. Yo a los 15 cantaba en el coro de la iglesia y era tan graciosa como un plato de avena, pero mi madre ha sido la adolescente perpetua que todas quisiéramos llevar dentro.

Cuando empezó la pandemia les quedaban por liquidar ciento veinte mensualidades de la hipoteca. La suya es una cómoda casita con techo de dos aguas, enormes claraboyas al frente y cocina integral con piso de anaranjados mosaicos. Luego de doce años de afortunado noviazgo, habían reunido para el enganche sus aguinaldos de un sexenio y vaciado la cuenta bancaria común.

Si busca un apelativo para estos últimos tiempos, bien puede llamarlos aciagos. En el Diccionario de la Lengua Española el significado de la palabra es infausto, infeliz, desgraciado; de mal agüero, pa’que nos entendamos mejor. Un recorrido sin pretensiones por los titulares de los diarios nacionales e internacionales de mayor circulación, no le dejará lugar a dudas. Verá, inmediatamente, que infausto es el precio de las gasolinas, el gas y la electricidad, infeliz el número de contagios y defunciones que ha traído esta pandemia y muy desgraciada la inflación de más del 6% que nos cayó durante la primera quincena de abril casi sin darnos cuenta.

Según Krusty, el payaso, Tijuana es el lugar más feliz de la tierra. Es la ciudad más poblada en el estado y la más occidental de Latinoamérica: la puerta de México, pues.

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