• 20 de Abril del 2024

Muchas gracias por todo

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     ─Aquí le traigo al violador, señorita. No hace ni una hora que lo agarré, digamos, con las manos en la masa.

 

     El presunto se materializó entre la comitiva. Los padres de la víctima y algunos vecinos argüenderos lo llevaban prendido por los antebrazos y el cuello de la camiseta. A simple vista supe que no alcanzaba la mayoría de edad y mucho menos el salario mínimo. Traía el pantalón raído, los zapatos chorreando en mugre y el semblante más triste de cuantos habían pasado por mi oficina durante el mes. Podía olerle el miedo en los sobacos. Sus ojos, profundamente oscuros, asomaron por la cortina de un flequillo húmedo de sudor. Respiraba deprisa cuando lo obligaron a sentarse en una silla frente a mi escritorio, temblando como animal recién nacido.

     En este oficio hay que echar mano del sentido común. La ley no cuenta con un método para escarmenar la honradez, de modo que uno debe sacar sus conjeturas antes de condenar equivocadamente. Por ejemplo, no todos los que parecen decentes podrían aventar la primera piedra, así como de entre quienes alegan demencia muy pocos estarían dispuestos a tragar lumbre. El probable no me daba mala espina, pero la parte acusadora en la persona de la madre insistía en que se le fincara responsabilidad inmediata. Usaba la jerga legal con soltura y pedía todo el rigor de la ley para hacer justicia expedita. Aquella no era su primera vez en tan ilustre dependencia ─supuse─, mejor cancelar todas mis citas de la tarde.

     El padre continuaba montado en cólera y envalentonado al amparo de mi personalidad jurídica, arremetió a golpes al delincuente juvenil, para entonces ovillado bajo la silla.

     ─Deberían echarle treinta años, señorita. ¿No ve usté que ya desgració a mi chamaca?

     Un brevísimo silencio me permitió aclarar que el asunto requería de mucha paciencia y, sobre todo, de la coherente explicación de los hechos por parte de la agraviada. Cada vez que me refería a alguno de los dos muchachos, los padres lanzaban ojeadas de tirria al malhechor. Se había guarecido entre un archivero y la reja de los separos, desde donde su mirada suplicante al guardia de turno sugería que lo encerraran como medida precautoria. Tuve que hacer uso de mi facultad de ordenanza para proceder a lo que debió haberse realizado desde un principio: el interrogatorio a la presunta víctima, una criatura patiflaca de no más de quince años, que no soltaba la mano del padre.

     Sheila Wendolyn Contreras Uribe, vecina y menor de edad ─como aseguró a este ministerio─ se arrancaba los padrastros del dedo gordo con la soltura de quien no tiene costumbre de mentir a sus mayores. No me rehuía la mirada y su voz era de una simpleza firme cuando declaró cursar el último grado en la escuela secundaria Héroes del Paredón, donde conoció a Dante Genovevo Martínez Benítez, el hoy indiciado. Que apenas habiéndolo visto de reojo supo lo mucho que significaría para ella; por lo que a voluntad y luego de convertirse en su novia, se le entregó en el motel “La buena ventura”, con domicilio conocido en esta ciudad, en prenda de una promesa de matrimonio. Que desde entonces, y de común acuerdo, sostenían intimidad con una frecuencia de dos a tres veces por semana en su propio domicilio, aprovechando la ausencia sus padres. Que estaban enamorados y que no existía vejación alguna en sus relaciones, pero que su madre no veía con bien al muchacho debido a una enemistad con su familia.

     Mi asistente me atrapó en una penosa mirada que le dirigí después de un punto y seguido al sospechoso. Sin haber tomado aún declaración al probable, llevábamos unas diez fojas entre los generales y la narración de los acontecimientos. A medida que el acta crecía, el padre mudaba la mueca de odio en una sonrisa descompuesta, la madre guardaba un silencio forzado y yo rumiaba la forma de asentar el delito que modificaría el porvenir de toda esa gente. Estas cosas se persiguen de oficio, aclaré despacio y recio, antes de continuar con el llenado de los formularios que conformaban la averiguación previa.

     Tras un receso de veinte minutos, la comitiva se arremolinó de nueva cuenta frente a mi escritorio.

     ─Vea usté, licenciada ─dijo el padre, con una mano sobre el hombro del chamaco─, yo también me robé a mi esposa hace muchos años. Y bueno, pues, le decía yo aquí a mi yerno, que puede contar con un guajolote para el mole, porque al fin y al cabo, licenciada, ¿no cree usted que se merecen una oportunidad? Muchas gracias por todo, pero ya nos vamos.

 

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Twitter: @mldeles

 

De la Autora

He colaborado en el periódico Intolerancia con la columna "A cientos de kilómetros" y en la revista digital Insumisas con el Blog "Cómo te explico". Mis cuentos han sido publicados en las revistas Letras Raras, Almiar, Más Sana y Punto en Línea de la UNAM y antologados en “Basta 100 mujeres contra Violencia de género”, de la UAM Xochimilco y en “Mujeres al borde de un ataque de tinta”, de Duermevela, casa de alteración de hábitos.

He sido finalista del certamen nacional “Acapulco en su Tinta 2013”, ganadora del segundo lugar en el concurso “Mujeres en vida 2014” de la FFyL de la BUAP, obtuve mención narrativa en el “Certamen de Poesía y Narrativa de la Sociedad Argentina de Escritores”, con sede en Zárate, Argentina y ganadora del primer lugar en el “Concurso de Crónica Al Cielo por Asalto 2017” de Fá Editorial.

He participado en los talleres de novela, cuento y creación literaria de la SOGEM y de la Escuela de Escritores del IMACP y en los talleres de apreciación literaria del CCU de la BUAP.