• 18 de Abril del 2024

Seda, de Alessandro Baricco, una llamarada poética cargada de erotismo

Portada libro Seda / YouTube

 

La primera vez que Hervé Joncour ve a la mujer, ella está recostada sobre el regazo del soberano y el narrador nos dice que, aunque el monarca es discreto y humilde, la mujer, su belleza, el erotismo que de ella emana, es también un símbolo de su poder

 


Juan Norberto Lerma

Seda, de Alessandro Baricco, es un artefacto de singular belleza, no sólo por la historia que cuenta, sino por el lenguaje limpio y literario que utiliza. Cuando uno lee Seda, desde las primeras páginas descubre que hay maneras originales de acomodar las palabras para que dibujen nuevos mundos, los cuales se pasean ante nuestros ojos y plasman imágenes que jamás habíamos concebido.

La historia es aparentemente simple, el protagonista, Hervé Joncour, un industrial parsimonioso y felizmente casado, viaja en 1861 a Japón para comprar huevos de gusano de seda y, durante su expedición, conoce al soberano de una aldea.

Esa especie de monarca japonés es el amo de las vidas de sus servidores y, en general, de todo cuanto lo rodea. Es dueño también de una mujer de ojos europeos. Esa mujer se ha mimetizado con el ambiente etéreo en el que ha vivido y es vaporosa como el amor, y portentosa como el erotismo.

La primera vez que Hervé Joncour ve a la mujer, ella está recostada sobre el regazo del soberano y el narrador nos dice que, aunque el monarca es discreto y humilde, la mujer, su belleza, el erotismo que de ella emana, es también un símbolo de su poder.

Ella está aparentemente dormida, lleva un vestido rojo que se extiende más allá de sus pies como una llamarada que incendia no sólo la mirada, sino también la habitación y el mundo. Hervé Joncour nunca podrá olvidar esa imagen y, a partir de ella, inspeccionará todo lo que ha vivido y lo que le queda por vivir.

Hervé Joncour tampoco podrá olvidar que, cuando se pasea con el soberano cerca de un lago, ve las ropas de la mujer en la orilla, y para su desgracia lo único que puede observar son las ondas de agua que produce el cuerpo de ella, a la que Hervé Joncour no ve, y que llegan a la orilla como mensajes de erotismo cifrados, hasta sus pies.

El protagonista de Seda tenía en Francia a una mujer a la que amaba, pero el amor de ella sobrepasaba al de él, y cuando de vuelta están juntos, incluso es ella quien alienta ese erotismo que él dirige hacia un recuerdo, una ilusión, hacia la llamarada de un vestido rojo que se extendía más allá de los pies de una mujer que descansaba en el regazo de un monarca japonés y que lo consume de melancolía.

Los diálogos en Seda son cortos, contundentes, y no son convencionales. Pareciera que los personajes, dueños del ambiente en el que se mueven, responden según sus propias reglas y no a las del autor. Por momentos a uno se le figura que los protagonistas tienen una riqueza humana y novedosa que al autor le resulta difícil de describir.

Aunque no es propiamente una novela en el sentido convencional, sí es una historia redonda que nos sumerge en una atmósfera de sutileza y maravillas.

En Seda, el lenguaje sostiene la historia y se desliza con parsimonia como uno más de los personajes vaporosos que se pasean en las páginas del libro.

En la historia que presenta Alessandro Baricco se encuentran imágenes del reino de lo fantástico y frases poéticas que deslumbran como joyas literarias.

El lenguaje de Seda es como un artefacto de construcciones poéticas, caleidoscópicas, que caen sobre la sensibilidad y conmueven, porque uno escucha frases que nunca antes se habían pronunciado.

La narración es parca, pero no por falta de trabajo del autor, sino como para que el lector sea el que complete con su propia imaginación algunos pasajes.

Alessandro Baricco muestra en Seda su extraordinario manejo del lenguaje, sobre el cual construye un artefacto artístico capaz de fascinar con su belleza.

Seda es también, o sobre todo, una descripción de la búsqueda del erotismo como un camino hacia un amor posiblemente superior. En este caso, un amor completo no sólo hacia la mujer, sino también hacia la naturaleza, los recuerdos, las ilusiones, la vida, uno mismo, el espíritu, el mundo.